La triste situación del país a veces te resbala si
cierras los ojos y te relajas, pero otras veces te
cobra la cuenta por dos cuando menos te lo
esperas.
Sentados en
la sala de la casa de mi amigo, viendo programas en la televisión, hablando o
jugando cartas en el cuarto, ninguna de las ocho personas presentes pudo
advertir la hora a tiempo. Siendo pasadas de las doce, en algún número entre
las dos y las cuatro de la mañana, tuve que salir apresurada junto a mi prima y
dos amigas, acompañadas, debido al peligro del camino, por uno de los muchachos
en otro vehículo que iría frente al nuestro.
El conjunto
residencial donde estábamos es bastante parecido a un laberinto, un cruce tras
otro te puede llevar a calles ciegas, túneles oscuros, o incluso, a otra zona
de la ciudad; así que el saber que no iríamos solas a través del camino a
semejante hora, nos reconfortó a todas
Una vez ya despedidos, el dueño de la casa nos
abrió un portón que separaba su calle del resto de montaña fresca, el lugar en
la ciudad de Maracay donde él vivía, y ambos carros salimos. Luego de haber
recorrido unas calles mi prima, que estaba al volante, cruza hacia la izquierda
siguiendo al otro carro, un Toyota Corolla negro, que pertenecía a nuestro
guía, y al hacerlo nos encontramos con una Pickup de modelo bastante viejo,
parada en sentido contrario de la flecha.
En
Venezuela, no es sorpresa encontrarnos con vehículos que recorren vías
equivocadas en la noche, ya sea por seguridad o comodidad, así que no nos
sorprendió hallarnos en aquella situación. Unos minutos de silencio después mi
prima, al ver que el carro no retrocedía y nuestro amigo no nos hacía señas,
decidió retroceder y orillarse en la acera para que el Corolla pudiera
retroceder lo suficiente para que el otro carro pasase y nos pudiéramos ir.
Diez
segundos, ese es el tiempo que pasó después de habernos movido cuando
escuchamos el impacto producido por la Pickup al darle de frente a nuestro
amigo, quien no supo reaccionar mientras su carro se dirigía hacia nosotras.
Con un rápido movimiento, mi prima movió el carro hacia la derecha, lo
suficiente para que el Corolla impactara en el lateral y no el frente. El golpe
se llevó una luz y una buena parte de la pintura gris de la Terios en la que
íbamos, pero todas, salvo por un buen golpe, estábamos
bien.
Pasado el
primer susto, el choque nos dio la oportunidad de ver al conductor de la
Pickup, que estaba dormido sobre el volante mientras seguía arrastrando el otro
carro junto a nosotras, que por suerte pudo luego separarse y orillarse a unos
cuantos metros mientras el otro tipo seguía de largo, deteniéndose justo a
tiempo para no chocar de plano con una casa.
En un
segundo que pareció una eternidad, cuando creímos que todo había por fin
terminado, el muchacho sale de su Corolla negro (ahora con la parte delantera
totalmente destrozada), con un tubo en mano y gritando todo tipo de maldiciones
y groserías con ánimo de enfrentarse al desconocido. Gritos desde nuestras
ventanas le decían que regresara a su carro porque no sabía si el conductor de
la Pickup era un loco maniático drogado y armado que fingía estar dormido, pero
haciendo caso omiso de lo que decíamos, él seguía furioso caminando hasta el
vehículo.
Dicho y
hecho, cuando el muchacho estuvo bastante cerca del carro, una puerta se abrió
revelando una pierna y una mano, armada con una pistola, dispuesta a bajarse
del mismo, acción que logró hacer que José, nuestro amigo, recapacitara y
corriera a una velocidad ridícula hasta su carro, mientras que a su vez, mi
prima pisaba el acelerador para sacarnos de allí.
Ya a salvo
en la casa de la que no volveríamos a salir por un tiempo, nos dimos cuenta de
que habíamos vuelto a la vida, porque en una situación como esa te das por
muerto y solo vuelves a escuchar a tu corazón latir en tu pecho cuando has
logrado salir ileso.